sábado, 23 de febrero de 2008

Rescatado del anaquel: "Los demonios familiares", de Alfonso Paso

Se hace imprescindible no sólo rescatar este libro, sino a su propio autor.

Y es que Alfonso Paso, escritor de grandísimo y merecidísimo éxito en España y fuera de nuestras fronteras, hoy pasa prácticamente desapercibido entre tanta basura literaria que se publica y enaltece.

Gran autor teatral, con la soltura que los Afán de Ribera tenían (pues ese era su verdadero apellido, antes de cambiarlo), centró en las tablas casi toda su producción. Este libro de ensayo, publicado por el editor Vassallo de Mumbert, un personaje que merecería un recuerdo más extenso del que en este momento podemos dedicar, en un año como 1978, cuando todos los que tenían que traicionar lo habían hecho ya, con el gallo cacareando tres años sin parar, es una afirmación de caballerosidad, de no renuncia a unos valores vividos.

El título, Los demonios familiares, está tomado de una expresión muy conocida de Franco. En él, se nos da una rápida idea de la historia de España, destacando no uno, sino varios de sus capítulos. Así, con "Cristo en España" se nos da una panorámica estupenda del tiempo posterior a romanización, "Unidad de destino" resulta estupendo para tratar a los Reyes Católicos y los consecutivos "Lutero, el marxista" y "La Leyenda Negra", preciosos para la época de la reforma y el odio europeo.

No nos resistimos a reproducir un fragmento del capítulo dedicado a la guerra civil:

(...)

Me interesa entrar en tres materias. La primera: los comunistas, desde el sanguinolento Santiago Carrillo, que ordenó el asesinato de diez mil presos en los campos de Paracuellos del Jarama, hasta Diez o «la Pasionaria», trataron por todos los medios de hacerse dueños de España y lo consiguieron casi a medias. Consiguieron que el partido socialista fuera, simplemente, una prolongación del partido comunista. Lograron barrer sangrientamente al POUM y a sus mejores hombres. Lograron también perseguir hasta puntos verdaderamente execrables a los auténticos republicanos. Contra lo que luchó, pues, el Ejército Nacional fue contra una versión comunista del Estado, contra un auténtico colonialismo político y contra unos líderes vendidos. Hay más variantes sobre el tema. Son adjetivas por completo.

Segunda: me interesa que se recaiga la atención en que Francisco Franco, Caudillo de España, se interesó desde muy temprana edad —en la guerra de Marruecos ya estaba interesado en ello— por el fenómeno del comunismo, intercambiando correspondencia con gente enterada del tema y con hombres a los que interesaba la independencia de Occidente y la doctrina de la salvación en la fe de Cristo. Franco fue un anticomunista visceral como fue, en tiempos en los cuales el tema no interesaba a nadie, un monárquico fervoroso, pues creía con buen tino que la Monarquía tenía cierto poder aglutinante y que la República, en cambio, estaba gastada y llena de desprestigio.

Tercera: Franco no fue sólo un militar y un estratega de primera calidad. No fue solo, al decir del héroe de Verdun, el mariscal Petain «la espada más limpia de Europa». Toda su atención se encaminó en construir para España un auténtico Estado de Derecho que terminara de una vez con la desunión de los hombres y de las tierras de España y con los peligros y extremosidades de la libertad entendida a zarpazos.

Franco fue el primero que le ganó la partida al comunismo moscovita y esto no se lo perdonaron ni los marxistas ni sus compañeros de viaje. Estalla la guerra mundial en el treinta y nueve, precisamente cuando Franco, hombre de gran carisma y de suerte excepcional, ha logrado meses antes coronar la guerra civil con una victoria total. Ahora se muestra un hábil político. Todos conocen con qué sabiduría evita que el pueblo español entre en la conflagración mundial. Todos recuerdan con qué verdadera astucia capea el temporal de los asedios de Hitler y de Mussolini, seguro como estaba desde un principio de que en cuanto los Estados Unidos entraran en la guerra la victoria sería para los aliados. Así resulta. Rusia no perdona. En Yaita, Teherán, en las diversas reuniones entre los jefes del bando aliado la obsesión del ex-seminarista Stalin no es más que una: hundir a España. Veamos, pues; el valor definitivo que tiene la victoria que Franco consiguió en la piel de toro no fue simplemente la victoria contra sus hermanos, sino la victoria contra el comunismo. Este es el gran sentido que, a mi entender, tiene el triunfo del Caudillo en 1939.

(...)

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