Hubo una vez una niña de diez años que, de repente, recibió la impactante noticia de que era hija de Fidel Castro.
Hasta entonces, Alina Fernández, recibía de vez en cuando las visitas y los regalos de ese totem con barbas que es Fidel. Un padre que rara vez ejercía como tal y una madre, burguesa convertida en revolucionaria por la vía vaginal, que vivía como una viuda decimonónica esperando las escasas vueltas a la vida de ese antiguo amor que la había olvidado casi por completo.
Fidel se deja mimar por esa hija que, aun sin saber que lo es, ve en aquel la autoridad paterna al estilo de las familias tradicionales de la América hispana.
No es Alina un ajuste de cuentas, aunque la autora deja claro que muy pronto decidió que no quería usar el apellido Castro. No es un panfleto anticastrista, es un trozo de corazón herido por un padre que no ejerció de tal y por una madre que le hurtó su pasado. Una visión, desde luego, distinta de la revolución.
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