lunes, 30 de julio de 2007

Rescatado del anaquel: "Consideraciones sobre Sanseacabó", de Rafael García Serrano



Segunda perla, que lo prometido es deuda. El lector avisado observará que estos dos artículos han sido ubicados en la sección "Rescatados del anaquel". Es mentira. Prácticamente se han rescatado de la trituradora de papel, de la basura, que es donde los políticamente correctos amos de la cultura desearían que estuvieran. No importa, aquí estamos nosotros para rescatarlos y, esperamos, pronto alguna editorial puede darles nueva luz.

Disfruten estas Consideraciones sobre Sanseacabó, publicadas en El Alcázar el 27 de junio de 1983. Una muestra más de la genialidad de Rafael García Serrano.


Consideraciones sobre Sanseacabó

EL ALCÁZAR
LUNES, 27 DE JUNIO (83)


Sanseacabó es una expresión corriente con la que se da por terminado un asunto. No sé quién elevó el Sanseacabó a los altares, pero me temo que fui yo (al menos no conozco ningún otro antecedente, que bien puede existir y que acataría con todo respeto) en alguna de mis novelas de la guerra, creo que «Plaza del Castillo», y no solamente fue incluido en mi.«Diccionario para un macuto» sino que en la «Soli» catalana que dirigió Luys Santa Marina, le mantuve velas semanales encendidas ante su altar a través de una sección que titulé, si mal no recuerdo,. «Letrillas a Sanseacabó, Patrón de los exasperados». Algunos escriben San Seacabó, y a mí se me ha escapado así en alguna ocasión, pero con arreglo al diccionario debe escribirse Sanseacabó, todo junto, como Santiago. Al fin y al cabo los dos son patrones de España. O lo eran, porque con esto del cambio uno no sabe a qué atenerse, y más parece que estemos bajo el patrocinio de Santmarx que de Sant Yago o Sant Seacabó, por así escribirlo. Los tres santos llevan barba según las reglas de la imaginería. Es de suponer que Santiago la usase realmente, aunque por la misma razón su condiscípulo San Juan no se cree que la luciera. En el mundo judío la barba estaba de moda, pero en el mundo romano o heleno, no tanto. De las barbas de Santmarx hay guardapelos en la Moncloa. A Sanseacabó cada cual le pone barba o no según la época. Para mí que cuando se apareció la última vez en España iba afeitado, e incluso algunos teólogos se aventuran a afirmar que llevaba aquel bigote fascista o facha, que Juan Aparicio descubrió como el santo y seña capilar de la generación del 36. De aparecerse ahora lo mismo podría ir afeitado que con barbas y a lo loco, porque éstas son tan populares que lo mismo crecen en rostros rojos que falangistas. Pero no me da el pálpito de que Sanseacabó vaya a aparecerse por estos andurriales celtibéricos, si bien comienzan a darse ésas que se llaman, por contagio, condiciones objetivas para su santo advenimiento, aunque falta la. principal: la desesperación.
Hay una frase de Macaulay (que conozco de refilón, porque a mí nunca se me ha ocurrido leer a Macaulay), que dice, más o menos, que España «es un país que reserva sus energías para el día de la desesperación». Esto es verdad aunque lo diga Macaulay, que era liberal e inglés, lo cual le coloca la doble tiara de enemigo de España. La desesperación es una virtud española desde mucho antes de que la cantase aquel dichoso Espronceda, si es que fue él. En cualquier caso la «Desesperación» se vendía en la Puerta del Sol igual que la «Guía de Madrid de noche» y las gomas para los paraguas y otras aplicaciones. Desesperado es un vocablo español, como guerrillero o pronunciamiento o liberal, que ha pasado sin. traducción a otros idiomas. Desesperar es quedarse sin esperanza, pero también impacientarse, exasperarse. y el desesperado se lanza a la desesperada, lo cual resulta lógico, porque aun poseído de desesperanza, acude a remedios extremos para lograr lo que no parece posible de otro modo. O sea que incluso en la desesperación nos queda un rescoldo de esperanza si decidimos obrar a la desesperada. Siempre la paradójica España. Acaso fuese la Puerta del Sol el mercado ideal para vender desesperación porque allí los desesperados chisperos de mayo encontraron la fórmula precisa para batir a Napoleón, cosa que no se les había ocurrido ni pensar a nuestros geniales estrategas, más propicios a doblar el espinazo o a presentar sillas y sillones a culos galos o similares que a desenvainar las espadas, como no fuese para rendir honores a Murat, que es un personaje eterno en la historia de España, y anterior, por tanto, y también posterior al gran duque de Berg.
Desesperar es tanto como exasperar, o sea que también equivale a lastimar, irritar, enfurecer, dar motivo de enojo. Los desesperados son igualmente exasperados. De aquí que Sanseacabó, patrón de los exasperados, lo sea asimismo de los desesperados.
¡Sanseacabó y cierra España!
(El día que menos se piense nos levantamos desesperados, del mismo modo que tras de acostarnos monárquicos o republicanos, nos hemos levantado sucesivamente republicanos o monárquicos, según soplen los vientos... A mí el almirante Aznar me va pareciendo un genio.)
La desesperación es la última esperanza de España. Otra paradoja.

RAFAEL GARCÍA SERRANO.

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