En momentos de catarsis, una de las mejores maneras de preparar el futuro es mirar hacia atrás. No con nostalgia, no empleando el retrovisor a modo de prospección de futuro, sino como afianzamiento de unos cimientos necesarios para poder construir el edificio con calma y seguridad.
Y en estos momentos en que las estructuras parecen comidas por las termitas, parece que llega la ocasión de hacer una visita a uno de nuestros textos clásicos que forjaron la convivencia en España: El Fuero Viejo de Castilla.
Acudimos a una reimpresión de la edición de 1771, una de las menos contaminadas por visiones posteriores, y nos encontramos una estructura en cinco libros donde se desgrana como el señorío del Rey de Castilla debe impartir justicia, y como ésta no es una veleta que, según la moda, debe orientarse. Vemos como se protege al humilde frente al poderoso, vemos como las herencias son algo cuidado, casi mimado, vemos el especial hincapié en el castigo a los que fuerzan mujeres, a los asesinos, como se protege a los huérfanos y como se rige con justicia los intercambios comerciales.
Y tenemos una profunda envidia.
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