sábado, 9 de febrero de 2008

Hemos leido. "En una España cambiante", de Pedro González-Bueno y Bocos

Pensábamos hacer una crítica a este libro póstumo de memorias, de un gran ingeniero que además fue un buen ministro, Pedro González-Bueno y Bocos.

Y cuando ya teníamos leído y anotado el libro... ¡zas!, nos encontramos con una crítica inmejorable de En una España cambiante, aparecida en nuestras páginas amigas de Trapisonda, con la firma de Juan Luis Calleja, así que, sin posibilidad de mejorarla, la traemos aquí.

EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE

La crítica de D. Juan Luis Calleja, sobre un libro que Trapisonda recomienda a sus rectores, que sabrán cómo se hace en los renacimientos de España.

EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE. Pedro González-Bueno y Bocos. 348 págs.- Ed. ALTERA.



Dadme talentos aptos, que busquen la gloria de
hacer bien a los intereses del mundo, y veréis
prodigios.
Juan Pablo FORNER.



He aquí la veloz autobiografía de un ingeniero dedicado a España. Va deprisa, desde la infancia, los estudios, los destinos primeros, los amores definitivos y la familia, hasta 1936, cuando Calvo Sotelo es muerto por el odio, la envidia y el cálculo. Vuelve a acelerarse, en previsor salto hacia los campos que quedarían en zona nacional. Truena la guerra. Y vuela el libro, enseñándonos por arriba y sin detalles premiosos, en panorama desde lo alto, el trabajo profesional y la filosofía política de este hombre como ministro de Franco. Cesado, aún en plena Cruzada, seguimos enterándonos en páginas sin rodeos de sus iniciativas politécnicas y sociales, y sus incesantes “aventuras empresariales” hasta la paz y muchos años después, hasta la jubilación del autor.

La esencia de lo que puede decirse de este libro está en la introducción del hijo del autor y en el prólogo de Fernando Suárez González. Según el primero, Pedro González-Bueno y Benítez, el autor no se propuso contar la guerra que vivió, ni lo anterior o posterior a ella, sino “lo que fue su paso por la vida, que refleja lo que fue su forma de ser, y todo ello teniendo como telón de fondo casi un siglo de la España cambiante”. Según el prologuista, las dos notas esenciales de esta autobiografía son la admiración, el respeto y la devoción que González-Bueno sentía por Francisco Franco, y la naturalidad con que se mezclan en la vocación y en la conducta del autor su acción de hombre de empresa y su ambición por el desarrollo y la modernización del país. Así es.

Vaya por delante que el elogio a Franco escasea en este libro austero. La admiración surge, según leemos hechos, datos, y cambios grandes y pequeños en el ilusionado ambiente de renovación promovido por Franco. Pero no hay en este libro aclamaciones ni aparatosos loores. Tal vez es el lector quien los va poniendo, según tropieza con cosas como éstas:

“Curiosamente era el Generalísimo el que menos limitaba el pleno ejercicio de la responsabilidad de cada ministro. Escuchaba, preguntaba en algún caso y asentía” – Pág.164

(Ante muy fuertes, exigentes y amenazadoras presiones de Alemania). “Entendía él, sin embargo, que era preferible perder la guerra a admitir lo que calificaba como una forma de colonización. Prefiero –dijo- que ganen los rojos, que también son españoles, a ceder ante esa exigencia.” –Pág.172

(Ante quien ponderó su heroísmo en Africa, después de ver una película sobre su vida). Franco dijo: -“-Eso no tiene tanto mérito. Por mi educación militar, el cumplimiento del deber es una costumbre de la que no puedo prescindir.” Pág.227

“La impresión de M. Bercot (Presidente de Citroën) sobre la personalidad de Franco fue notoria. No podía imaginarlo él tan natural y asequible. “Me he quedado asombrado de la gran sencillez del Generalísimo Franco y de la rapidez con que ha reaccionado buscando soluciones al problema que usted le exponía.” Incluso comparó esa actitud con la del general De Gaulle, al que había tenido que visitar por temas relacionados con la Citroën. Según sus palabras, le había mantenido en la posición de “firmes” y sin que prácticamente pudiera hacer otra cosa que oírle. No tuvo oportunidad de hacer al general exposición o pregunta alguna.”. Pág. 284.

“Nunca habría logrado desarrollar mis ideas y mi creatividad si no hubiese sido por su receptividad y apoyo a todo cuanto él, en su innata predisposición a escuchar, percibía algo constructivo y positivo para España, prestando además su impulso, sin interferir nunca en las competencias de aquellos a quienes correspondía decidir.” Pág.295

EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE nada hay de bombo interesado ni de propaganda. Viene limpio de palabrería. Lo que en él no son hechos, consiste en sentimientos promotores. Nunca explota las fáciles ocasiones para el homenaje. Ejemplos:

Cuenta la gesta del Alcázar de Toledo, que emocionó al mundo, en catorce líneas. Y no vuelve a mencionarlo. Los tres meses del roto sitio de Oviedo, una ciudad con cientos de miles de problemas temblando en docenas de miles de habitantes, fué homérica victoria que González-Bueno, alude de pasada, al comentar la tranquilidad del noviembre de 1937, diciendo que, de aquel mes, “ merece destacar la concesión de la Laureada de San Fernando al general Aranda y los defensores de Oviedo,” un estoico renglón y medio de notaría: Dieciocho palabras y ni una más, en todo el libro, sobre aquella pasmosa hazaña. La caída de Madrid y el fin de la guerra constan también sin grandes ni largas elocuencias, pasando deprisa al recuerdo de acciones de desarrollo y promoción social:

“A primeros de enero de 1939, el Generalísimo me había hecho notar la gran necesidad que existía en nuestra sociedad de viviendas asequibles a familias de renta modesta”. A siete días de la Victoria con mayúscula, el 24 de marzo del 39, González-Bueno inaugura en Santander una exposición de la Artesanía española. Y apenas dos semanas después de la misma Victoria, el l9 de abril, nace el Instituto Nacional de la Vivienda.

De presunción y alardes, ni rastro. El honor y la solvencia de España se guardan con honda, fija y seria naturalidad. El autor puede certificar, por ejemplo, un hecho probablemente único en la historia universal de los conflictos civiles del mundo: “Me consta que España canceló todas sus deudas de guerra, tanto las adquiridas por la España nacional como las originadas en la República”. ¿Dónde lo dice? Allá abajo, en una nota a pie de página y en letra para lupa.

Es popular el consejo que, según cuentan, dió Franco al almirante Maturone, que se resistía a encabezar el Ministerio de Marina por sus propios límites en ciertas artes: “- Haga usted lo que yo. No se meta en política”. Pues bien, en estas memorias se ve que, en efecto, ni Franco ni, por lo menos, González-Bueno anduvieron en politiquerías, absortos hasta tal punto en la construcción del bien común que, a éste, le distraía de las noticias del frente. Así, en la página 185 cuenta cómo un día el general Vigón le puso al corriente de la marcha de la guerra, “sobre la que yo no contaba más que con las concisas noticias que sobre ella daba Franco en los Consejos de Ministros,” lo que nos revela, nada menos, que la mismísima guerra y sus frentes no eran el tema dominante que Franco llevaba a aquellos consejos: Llevaba las urgencias de la administración, reconstrucción y mejora de España, urgencias sobre las que Franco escuchaba, preguntaba y decidía. Esto queda claro en las memorias de González-Bueno.

Y eso, el arte de organizar la convivencia y la prosperidad de todos, como señala Fernando Suárez, es el meollo de EN UNA ESPAÑA CAMBIANTE, donde el autor habla del Fuero del Trabajo que amparó a los trabajadores hasta 1976 y de otras grandes creaciones o iniciativas suyas, como las Magistraturas del Trabajo o el Servicio Nacional del Trigo, con su arenga ¡Arriba el campo! Pero no se acuerda de todo lo que en ese campo, un erial, roturó, aró y sembró la fértil diligencia de González-Bueno. Fernando Suárez remedia el olvido recordando comedores en las empresas para obreros, economatos, cooperativas; turnos para que los trabajadores tuvieran vacaciones en plena guerra; jornal fijo para eventuales; indemnización por accidentes de trabajo, incluso, si ocurridos en zona enemiga; trabajo regulado a bordo de buques mercantes; Reglamentos Nacionales para el trabajo en Siderometalurgia, Hostelería, Cafés, Bares, Conservas y Salazones de Pescado…

Aún en guerra y después de su fin, siguen las consultas con Franco y la sincera, devota fe en su visión de estadista. Y continúa la rápida autobiografía, insuficiente en detalles, excesiva en modestia, relatando las diversas “aventuras empresariales”, fundadas en los cimientos firmes del ingeniero e inspiradas por su afán de servir a España. Entonces, empuja e inicia la electrificación de los ferrocarriles; Surge la Sociedad Ibérica de Construcciones Eléctricas; instala en Vigo la Citroën y la preside; crea zonas residenciales en Canarias, rema como un atleta a bordo de sociedades como RENFE, TETRACERO, SICE, GEE, CASER, AGIGANSA, etc. Contribuciones, sin duda, a la España cambiante que, de los 107 dólares de renta per cápita en 1940, llegó a los 2.574 en 1975.

Una dramática entrevista última con Franco, a punto de muerte, es el ocaso del libro. Con una mano temblona y voz débil, aún le salen a aquel hombre apoyos de Caudillo, cuando González-Bueno le confiesa sus temores políticos en el porvenir: “Levantando la voz y con una sonrisa me dijo: Tenga usted confianza. Tenga usted confianza…”

Don Pedro González-Bueno y Bocos fué un dinámico motor de ideas, un escultor político de cincel certero, fiel a España, a su familia y oficio. Uno pasa con interés, deprisa, las páginas de su libro, como aprisa fueron escritas. El lector podría sospechar que el autor, indagando con más fruición y menos austeridad en sus grandes recuerdos, habría puesto su libro más cerca, más a la altura de sus propios méritos. Aunque, a lo mejor, acertó. Porque la obra también conquista por limpia de vanidades y exageraciones. Y porque Forner, que escribió en sus “Exequias de la lengua castellana,” lo arriba citado, también allí puso: “La capacidad humana pierde tanto por no investigar como por querer investigarlo todo”

Juan Luis Calleja

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