Tan solo se nos ocurre una forma de no caer en excesos, y es reproduciendo, con permiso del autor de las líneas, la presentación que se hizo al libro y al autor en Valencia.
Compren, regalen, lean, disfruten y conserven como una joya éste libro.
Disponible aquí.
o O o
Hola a todos, gracias por vuestra presencia. Gracias por abandonar por
unos minutos vuestras tareas, vuestra familia o vuestro ocio para compartir
unos minutos con nosotros, en ésta pequeña reunión de rebeldes. De personas que
decidimos romper ésta espiral del silencio que nos abduce y gritar basta.
De personas que, desde posiciones distintas e incluso pensamientos
dispares, buscamos una misma meta. Por distintos caminos y con historias
paralelas o no tanto, pero con suficientes cosas en común como para poder
navegar en el mismo mar sin cañonearnos. Con respeto por nuestra historia y la
sangre vertida durante la misma por ese mismo solar del que quedamos fuera,
como decía el gran poeta Ángel María Pascual. Y ya que menciono a los caídos,
no puedo sino acordarme de Juan Ignacio González , vilmente asesinado el 12 de diciembre de
1980, sin que el sistema hiciera nada por hacer justicia. Justicia que pedimos
desde la Asociación Cultural In Memoriam Juan Ignacio y que, como humilde
miembro, me atrevo a traer a colación.
(Exclamación en la sala: ¡PRESENTE!)
Pero entremos en materia. Mi tarea aquí es muy grata, pues se trata de
presentar a un rebelde, a un abanderado y a un intelectual. A Carlos
Martínez-Cava.
A un rebelde, pero sin sudadera del Che. A un rebelde como los que
señalaba Chesterton cuando decía que “A cada época la salva un pequeño puñado
de hombres que tienen el coraje de ser inactuales”.
A un abanderado, de esa bandera que sigue alzada, que no se cansa de
repetir, como César a Casio que lo que importa es Roma.
Y a un intelectual. Palabra hoy desprestigiada, pues suele definir a gente
que nunca ha leído un libro que no estuviese en la lista de éxitos del País y
que no haya recibido las bendiciones de al menos tres críticos sesudos en
televisiones privadas.
Carlos es alguien que se ha mantenido en pie, a pesar de los ataques de
los unos y los otros, a veces desde sus propias filas, que denuncia la viga en el ojo ajeno, a pesar de que sabe que
enseguida le gritarán que se calle porque en el suyo tiene una paja.
Pero es más.
Carlos es, si me lo permite, un animal político. Suena a insulto ¿verdad?. Pero
no. No estoy pensando, como Jardiel, que “El que no se atreve a ser
inteligente, se hace político”. Carlos y yo sabemos que los
votantes lamentablemente siempre preferirán antes a los ladrones que a los
poetas. Hablo de una lucha contra éste sistema que nos
oprime, algo que parece imposible. Y
que ese gigante tenga pies de barro no significa que seamos fuertes: hay que
vencer al gigante desde posiciones de debilidad. Recordemos que para hacer
frente a Goliath, no se encontró otro Goliath, sino a un David. Esto es:
decisión, fe y buena técnica. La importancia de la actitud frente a las
circunstancias.
Un David
capaz de repetir las palabras de Donoso Cortés mirándoles a los ojos: “Vosotros
pertenecéis a la familia de Marat: en vuestro cuerpo de fango vive vuestra alma
de lodo.”
Es cierto que no estamos en la mejor de las posiciones. Cuando yo iba al
colegio aquí al lado, los padres agustinos nos contaban que cuando los romanos llegaron,
una ardilla podía cruzar la península saltando de árbol en árbol. Hace un par
de años escribí que lo haría saltando de grúa de obra en grúa de obra. Hoy creo
que saltaría de corrupto en corrupto. Y
eso es posible porque tenemos un pueblo acomodaticio y, porque no decirlo, algo
lento de respuesta. Y es que ya lo decía el Eclesiastés: el número de tontos es
infinito. Creo que lo dice porque en las lenguas semíticas no existía el
término "imbécil".
Si, no vamos a engañarnos. Las mismas personas que lloraron cuando
Franco murió, sintieron la pérdida del llamado “viejo profesor”, Tierno Galván,
como si fuera su propio abuelito. Que siempre han votado a la contra, y nunca a
favor. Para que no salgan “los otros”. Ese voto incómodo que a mí siempre me ha
recordado aquella historia de Tono del hombre que no había sido nunca feliz y
se compró unas botas estrechas para ser feliz al quitárselas. Y sus hijos,
insisten y votan hoy al PP o al PSOE sin querer darse cuenta de que no son cara
y cruz, sino la misma cara de la misma moneda.
Y Carlos es la cruz. Es uno de los pocos con los que comparto mi
cansancio: ya no queremos ser modernos. Ahora queremos ser eternos.
No es que participe. Carlos se involucra. Parece lo mismo, pero no lo
es. Permitidme que os cuente un pequeño cuento con el que ilustro la diferencia
a mis alumnos.
Un granjero se jubila. Como siempre se ha portado muy bien con los
animales, los ha mantenido limpios, sanos, con buena comida, lugar agradable y
descansos, los animales tienen una reunión y deciden darle una especie de
pensión de jubilación.
La vaca dice: doy la leche; la gallina: doy los huevos. El caballo dice
que habría que añadir bacon. Todos miran al cerdo, y éste se hace el sueco. Al
final, dice: “Yo dije que participaba en la idea, no que me involucrara”
Si, Carlos se involucra. Y ha sufrido por ello, motivo más para que me
enorgullezca presentarlo, y presentarlo como amigo. Suena repetitivo, pero es
sabido que hay veces en que las palabras se repiten, pero lo único que suena
igual, es el eco.
Aquí tienen su obra, que da un repaso a pasado, presente y futuro. A
España y su entorno. A nuestra Fe. A nosotros mismos. A nuestra esencia. De esa
gavilla de artículos magníficamente editados por Nueva República, no voy a
destacar ninguno porque me sería imposible. Todos y cada uno merecen una
lectura pausada y una reflexión. Y aun más: necesitan ser voceados por las
calles.
No veo una mejor forma de despedirme y al tiempo dar paso a Carlos, que
es quien de verdad os ha convocado aquí, que recitar una estrofa de una vieja
canción de juventudes.
Para vencer, hay que luchar
Para luchar, hay que valer
Para valer, hay que servir
Hasta la emplazada final...
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