La noche triste. Una de las noches más importantes de nuestra historia.
Cortés, sus hombres. Héroes eternos. Tras los ecos de la gran obra de Rafael García Serrano "Cuando los dioses nacían en Extremadura" resuena esta pequeña gran obra, Ojos azules, del siempre exitoso Arturo Pérez-Reverte.
Es muy breve, no más de un artículo con una nota introductoria perfectamente prescindible de Pere Gimferrer y bellamente ilustrado por Sergio Sandoval. Un texto que se lee muy rápido, apenas veinte minutos y eso haciendo una lectura pausada, pero que resuena en la cabeza del lector durante días.
No, no me resisto a colocar a modo de prueba el primer párrafo de esta joyita.
Llovía a cántaros. Llovía, pensó, como si el dios Tlaloc o la puta que lo parió hubieran roto las compuertas del cielo. Llovía mientras resonaban afuera los tambores, y los capitanes iban llegando cubiertos de hierro, sombríos, con las gotas de agua corriéndoles por los morriones y la cara y las cicatrices y las barbas. Llovía sobre Tenochtitlán, cubriendo la capital azteca de una noche húmeda; lágrimas siniestras que repiqueteaban en los charcos del patio del templo mayor, y disolvían en regueros pardos las manchas de sangre de la última matanza, la de centenares de indios mexicanos, cuando en plena fiesta el capitán Alvarado mandó cerrar las puertas y los hizo degollar, ris, ras, visto y no visto, hombres, mujeres y niños, por aquello de que al que madruga Dios lo ayuda, y más vale adelantarse que llegar tarde. Los he cogido en el introito, dijo luego Alvarado, cuando Cortés fue a echarle la bronca. Se me fue la mano, jefe, se disculpaba, huraño. Pero por lo bajini se reía, el animal. Los he cogido en el introito.
1 comentario:
Es curioso: el comienzo recuerda mucho al de "La paz dura quince días", de García Serrano.
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